Comentario
Las distintas clases de tlahtolli
Fijémonos en unos textos que se cuentan entre los más significativos de la tradición prehispánica: los huehuehtlahtolli, testimonios de la antigua palabra. Numerosas son, relativamente hablando, las muestras de este género que han llegado hasta nosotros. Las transcripciones que de ellos hicieron principalmente Olmos y Sahagún permiten valorar esta peculiar forma de expresión nahuatl. En opinión del mencionado fray Bernardino, aquí podía hallarse el mejor testimonio de la retórica y filosofía moral y teología de la gente mexicana, donde hay cosas muy curiosas, tocantes a los primores de su lengua, y cosas muy delicadas tocantes a las virtudes morales. En varios huehuehtlahtolli hay exhortaciones paternas o maternas, henchidas de enseñanzas para los hijos que han llegado a la edad de discreción. También se conservan diversas formas de pláticas como las que se dirigían al tlahtoani recién elegido, demandándole, como escribe Sahagún, favor y lumbre para hacer bien su oficio, al igual que otros discursos clásicos de los mismos tlahtoque, señores, que, como modelo de expresión, conservó el recuerdo. Los consejos e invocaciones de la partera ante el niño recién nacido, las palabras de enhorabuena con motivo del nacimiento, las consultas de los padres con los tonalpouhque, astrólogos, que debían interpretar los destinos del nuevo ser, la promesa de llevar a los niños, cuando tengan edad para ello, a las escuelas de la comunidad, los discursos de los maestros, de tono moral o dirigidos a enseñar las artes del bien hablar o de la cortesía, las palabras de preparación para el matrimonio y, finalmente, determinadas formas de oración o imprecación a modo de discurso, todo esto integraba el contenido de los distintos huehuehtlahtolli. Atendiendo ahora a la peculiaridad de los huehuehtlahtolli, a aquello que muestra, como dice Sahagún, los primores de su lengua, aparecen varios rasgos dignos de ser notados. Primeramente puede afirmarse que, de todas las formas de tlahtolli, es ésta una de las más refinadas, que en rigor podía merecer el título de tecpillahtolli, lenguaje propio de gente noble. Toda la gama de las fórmulas de respeto, en las que abundó tanto esta cultura, se hacen presentes en los huehuehtlahtolli. Hay en ellos proliferación extraordinaria de metáforas: al ser humano se le nombra casi siempre dueño de un rostro y de un corazón; de la suprema deidad se dice siempre que es Yohualli, Ehécatl, la Noche y el Viento; la niña pequeña es chalchiuhcózcatl, quetzalli, collar de piedras finas, plumaje de quetzal. Y también en los huehuehtlahtolli, como en muchos cuícatl, es frecuente el paralelismo, o sea la repetición de un mismo pensamiento con ligeras variantes; indicio del propósito de que estas palabras más fácilmente pudieran conservarse en la memoria. A no dudarlo, el estudio de los huehuehtlahtolli es uno de los mejores caminos para acercarse a la cultura intelectual del hombre prehispánico.
Se conocen asimismo otros discursos a los que, por su contenido, debe aplicarse la designación más específica de teotlahtolli, disertaciones acerca de la divinidad. Es el caso de varios de aquellos que, a modo de oración, se dirigen a Tloque Nahuaque, el dios supremo, dueño de la cercanía y la proximidad, y en los que se precisan sus distintas advocaciones y atributos. Teotlahtolli --con ritmo y medida-- fueron aquellos textos que recordaban la serie de creaciones de las distintas edades o soles. Igualmente el muy conocido acerca del origen del quinto sol en Teotihuacán o aquellos en los que se refieren las actuaciones de Quetzalcóatl el dios o el sacerdote entre los toltecas.
Relativamente abundantes son los testimonios nahuas de contenido histórico. Por una parte existían, como es sabido, determinados libros, principalmente los xiuhámatl, papeles de los años, en los que, en forma de anales, se inscribían y pintaban en la correspondiente fecha de los sucesos más dignos de recuerdo. Ya dijimos que algunos de estos manuscritos han llegado hasta el presente, bien sea de origen prehispánico o en copias que datan de los primeros tiempos de la Nueva España. Pero, una vez, también la relación oral fue complemento esencial de lo que se consigna en los códices. En los centros de educación, sobre todo en los calmécac, tenía lugar importante la memorización de los ye uehcauh tlahtolli, relatos sobre lo que sucedió en tiempos antiguos. En ellos se fijaba a modo de ihtoloca, lo que permanentemente se dice de alguien o de algo, el gran conjunto de los tlahtóllol, la esencia de la palabra, recordación del pasado. Y como hasta hoy se conservan algunos códices nahuas de contenido histórico, lo mismo puede decirse de varios textos que, memorizados en la antigüedad prehispánica, se transcribieron más tarde con el alfabeto latino.
En contraste con lo escueto de anales como éstos, los yeuehcauh tlahtolli se enriquecieron también muchas veces con narraciones y leyendas, verdaderos tlamachilliz-tlahtol-zazanilli, relatos de lo que se sabía, que permitían conocer con más detalles la vida y la actuación de los gobernantes y lo que había acontecido a la comunidad entera en las distintas épocas. Ejemplo de esto son las célebres leyendas de Quetzalcóatl, incluidas en el Códice Matritense de Sahagún y en los Anales de Cuauhtitlán, o lo que refiere esta última acerca de la vida del señor de Tezcoco, Nezahualcóyotl.
Otras formas de tlahtolli, además de las que se han mencionado, hubo en el mundo prehispánico. Entre las más importantes estuvieron los in tonalli itlatlatollo, discursos de los tonalpouhque o astrólogos, que hacían la lectura de los destinos. A esta materia se dedica íntegramente el libro IV del Códice Matritense de la Real Academia, donde aparecen los testimonios en nahuatl que recogió Sahagún de sus informes. Hay asimismo vestigios de otra forma de expresión esotérica que se designó con el vocablo nahuallahtolli, el tlahtolli de los nahualli, lenguaje encubierto o mágico, propio de los brujos. Material para su estudio lo ofrece el Tratado de las supersticiones de los naturales de esta Nueva España de Hernando Ruiz de Alarcón (1954). Allí se conservan en su original algunos conjuros que recogió éste entre los brujos nahuas que aún ejercían sus funciones a principios del siglos XVIII. Aunque literatura por esencia esotérica, el nahuallahtolli encierra sorpresas del mayor interés.
Variada y rica, más de lo que pudiera sospecharse, fue la producción literaria en nahuatl. Mucho es lo que de ella se perdió, pero también son numerosos los textos que se conservan.
El elenco que hemos ofrecido de las fuentes en las que se incluyen antiguos textos literarios de los pueblos del México antiguo, pone de manifiesto que no es fantasía hablar de una rica tradición literaria, o si se prefiere, de literatura en los tiempos prehispánicos.
Los modernos estudios sobre esta literatura y la difusión de la misma
Durante muchos años la expresión de la palabra en nahuatl quedó en la penumbra y sólo fue conocida de unos pocos. Así, después de la etapa que hemos descrito como de rescate --sobre todo en el siglo XVI--, las persecuciones de las idolatrías, tuvieron, entre otras consecuencias, el ocultamiento de estos testimonios y, en no pocos casos, la pérdida total de ellos.
A lo largo de los siguientes siglos novohispanos --el XVII y el XVIII-- tan sólo unos cuantos estudiosos pudieron atesorar algunos viejos manuscritos y consultarlos a solas. Fue el caso, entre otros, de varios cronistas indígenas como Chimalpahin Cuauhtehuanitzin (1578-1650). En tanto que el primero cita en sus Relaciones varios códices y otros textos que consultó, el segundo, además de acudir a tal género de fuentes al escribir sus obras históricas, llegó a formar una importante colección de antiguos manuscritos nahuas.
Varias de estas fuentes de primera mano pasaron luego a ser posesión del humanista criollo Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700). Escribió algunos trabajos sobre historia prehispánica, hoy perdidos, en los que al parecer tomó en cuenta los testimonios que había reunido. A su muerte, su biblioteca y archivo pasaron por disposición testamentaria de Sigüenza a poder de los jesuitas. De este modo, ya en el siglo XVIII en la principal biblioteca de los jesuitas --en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo--, al igual que en las de los miembros de otras órdenes religiosas, en especial los franciscanos, se conservaron los principales conjuntos documentales en los que se incluían los testimonios de la literatura indígena.
Durante el mismo siglo XVIII sobresalieron dos estudiosos que mucho contribuyeron al ulterior rescate, preservación e incipiente difusión del conocimiento de estas fuentes. Por un lado estuvo el milanés Lorenzo Boturini Benaducci (1702-1770?). Llegado a México en 1736, durante su estancia, hasta su salida en 1744 con rumbo a España en calidad de prisionero, se dedicó a hacer pesquisas que culminaron con la formación de una extraordinaria colección de documentos, que designó como su Museo indiano. Propósito original de Boturini fue promover el culto y la coronación de Nuestra Señora de Guadalupe. En busca de apoyos documentales para aprobar la veracidad de las apariciones y milagros de la misma, amplió luego el campo de su interés hasta reunir un gran cúmulo de testimonios indígenas.
Cuando, por obrar sin autorización real, siendo además extranjero, se le apresó y envió a España, su Museo indiano sufrió grandemente. La mayor parte de sus documentos quedó semiolvidada en habitaciones bajas del Palacio Virreinal. Con el transcurso del tiempo, en tanto que algunos desaparecieron, otros fueron adquiridos subrepticiamente y pasaron a poder de coleccionistas, varios de ellos extranjeros. De todas formas, lo emprendido por Boturini no fue del todo estéril. Por una parte quedó su obra, Idea de una nueva historia general de la América Septentrional, impresa en Madrid, 1746, y, por otra, muchos de sus manuscritos, aunque a la postre pararon en el extranjero (Biblioteca Nacional de París y no pocas de Estados Unidos y Alemania), habrían de ser más tarde objeto de estudio.
El otro estudioso digno de muy especial mención fue Francisco Xavier Clavijero (1731-1787). Jesuita, tuvo amplia ocasión de consultar los documentos que Sigüenza había donado a la Compañía de Jesús. Cuando en 1776 salió exiliado de México con los otros miembros de esa orden religiosa, se estableció en Bolonia, dentro de los Estados Pontificios. Allí escribió una obra que le dio gran celebridad: su Historia antigua de México, publicada primeramente en italiano, en Cesena, 1780. Recordando cuanto le fue posible las fuentes que había consultado en México y otras, como el llamado Códice Cospi --uno de los del grupo Borgia, conservado precisamente en Bolonia--, destacó en su obra la existencia de testimonios históricos y literarios en nahuatl.
No fue sino hasta el siglo XIX, y más plenamente en la presente centuria, cuando algunos conocedores de lo aportado por estudiosos como los aquí mencionados --Alva Ixtlilxóchitl, Sigüenza, Boturini, Clavijero y otros, entre ellos fray Juan de Torquemada, cuya Monarquía Indiana se había publicado dos veces en 1615 y 1723-- se sintieron atraídos por la palabra indígena. No siendo mi intención hacer aquí un elenco de los cada vez más numerosos investigadores que han venido ocupándose de estos testimonios, mencionaré tan sólo aquellos cuyas aportaciones han sido de mayor significación.
Punto de partida del moderno interés parece haber sido un hallazgo de don José María Vigil, al hacerse cargo de la dirección de la Biblioteca Nacional de México en 1880. Fortuna suya fue encontrar entre muchos libros viejos amontonados, como él mismo escribe, el códice o manuscrito que se conoce como Colección de cantares mexicanos32.
Es cierto que ya había algunos pocos estudios acerca de otros códices indígenas de tema histórico y mitológico, redactados con glifos principalmente pictográficos e ideográficos, pero hasta entonces habían quedado olvidadas las recopilaciones de textos con poemas prehispánicos como los que se contenían en el recién descubierto manuscrito. Otros documentos de transcriciones de poemas, discursos, narraciones e historias en lengua hahuatl, conservados en biblitoecas y archivos principalmente en Europa, iban a atraer bien pronto la atención de los estudiosos. Tomaron éstos nueva conciencia del valor de estos textos, gracias sobre todo al redescubrimiento del manuscrito de la Biblioteca Nacional.
Mérito fue el americanista Daniel G. Brinton pubicar por vez primera una obra en inglés en la que incluyó una selección de la Colección de cantares mexicanos, a la que dio el título de Ancient Nahuatl Poetry33. Contó con el auxilio de don Faustino Galicia Chimalpopoca, que preparó para él una versión parcial al castellano de los poemas. Y si es verdad que son deficientes las dos traducciones, reconozcamos que fue éste el primer ensayo de dar a luz una muestra de la literatura del México prehispánico.
Recordaré ahora los nombres de otros investigadores que, con diversos criterios, se han ocupado también de las fuentes documentales en las que se conserva la literatura nahuatl. Incansable descubridor y compilador de textos fue don Francisco del Paso y Troncoso. De él puede decirse que, gracias a sus hallazgos y a las reproducciones de códices y documentos que alcanzó a publicar, abrió mejor que nadie este campo casi virgen para provecho de los futuros estudiosos. Entre los extranjeros hay que mencionar al menos al francés Remi Siméon, autor de un magno diccionario nahuatl-francés y asimismo traductor de algunos textos; al iniciador de este tipo de investigaciones en el ámbito alemán, doctor Eduard Seles, estudioso de buena parte de los Códices matritenses y comentador del Códice Borgia, así como a sus seguidores Walter Lehmann, Leonhard Schultze Jena, y a los investigadores más recientes Gerdt Kutscher y Günter Zimmermann.
En México, y esforzándose por superar innatas formas de resistencia que pretendían desconocer la autenticidad de los textos prehispánicos, no pueden dejar de citarse los nombres de Cecilio Robelo, Luis Castillo Ledón, Mariano Rojas, Rubén M. Campos y el del distinguido lingüista y filósofo Pablo González Casanova.
En fecha más cercana y destacando entre otros varios que podrían citarse, ha sido precisamente el doctor Ángel María Garibay K. (1892-1967), quien con un criterio hondamente humanista y a la vez científico ha dado a conocer no poco de lo que fue la riqueza literaria del mundo nahuatl. Gracias a sus numerosas publicaciones, entre ellas su Historia de la literatura nahuatl, es posible afirmar ahora que las creaciones de los poetas y sabios del México antiguo han despertado enorme interés en propios y extraños. Antes, las pocas ediciones que había de textos prehispánicos sólo atraían la atención de especialistas-arqueólogos, etnólogos e historiadores. Hoy, la literatura nahuatl ha traspuesto los límites de un interés meramente científico y comienza a ser valorada, al lado de otras creaciones indígenas en el campo del arte, desde el punto de vista estético que busca la comprensión de las vivencias e ideas de hombres que, básicamente aislados del contacto con el Viejo Mundo, fueron también a su modo creadores extraordinarios de cultura.
En la actualidad, el estudio de la rica documentación al alcance se prosigue con renovados métodos en México y en otros países. Para no incurrir en el peligro de omitir nombres de distinguidos investigadores, a quienes considero colegas y amigos, me limito a señalar que tales estudiosos laboran en universidades e institutos de los siguientes países: Estados Unidos, Canadá, España, Francia, Alemania Occidental, Italia, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Suecia y Japón. De los textos literarios nahuas han parecido versiones directas a la mayor parte de las lenguas habladas en los referidos países. De este modo, el legado de la antigua palabra ha comenzado a difundirse y disfrutarse en los cuatro rumbos del mundo. El que aquí y ahora se incluyan muestras del mismo en esta prestigiada serie de las Crónicas de América es otra prueba, bastante elocuente, del interés que empieza a desarrollarse en España por saber lo que pensaron, sintieron y expresaron aquellos hombres con los que, hace ya más de cuatro siglos y medio, se enfrentó Hernán Cortés.
Añadiré, para concluir, que esta antigua palabra se difunde también ya entre los descendientes más directos de los forjadores nahuas de cantos y crónicas, es decir, entre los modernos hablantes del nahuatl y sus variantes. Son cerca de millón y medio de personas para las que este antiguo legado comienza a ser fuente de inspiración. Como lo están empezando a hacer asimismo otros grupos de mesoamericanos, también entre los nahuas se cultiva una nueva palabra, portadora de sus inquietudes, aspiraciones, mensajes y esperanzas. Coincidencia oportuna es ahora cuando hablamos del ya cercano Quinto Centenario, la palabra antigua, raíz de cultura, vuelva a ser tomada en cuenta entre los descendientes de los protagonistas en el primordial encuentro de los hombres de Castilla y los hombres de Mesoamérica.
Miguel León-Portilla